lunes

ARTUR RAMON ART: L'EDAT D'OR DE LA PINTURA CATALANA(1885-1930)

La Galería Artur Ramón Art, en el carrer de la Palla, nos tiene acostumbrados a ofrecer exposiciones muy cuidadas e interesantes. En esta ocasión la galería nos regala el sentido de la vista con la exposición L’edat d’or de la pintura catalana con primeras figuras de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX.

El recorrido empieza con una serie de marinas de Eliseu Meifrén, Segundo Matilla, Dionís Baixeras y Modest Urgell.  La obra de Dionís Baixeras, de 1885, que se encuentra al fondo de la galería,  y cuyo título es Barca, peixadors i nens  a la platja de Barcelona, es un prodigio por el equilibrio entre unas dimensiones más que respetables, 70x115cm, y una excelente factura. El tema de la barca varada en la playa mientras los pescadores arreglan las redes, deja de ser un tema manido y se convierte  en algo excepcional. Será por esos dos niños que juegan junto a la barca mientras su padre prepara el aparejo para el día siguiente, por la composición en diagonal o por los contrastes de luz, lo que hace que esta obra tenga la presencia pictórica y todo el peso de una obra extraordinaria.

Dionís Baixeras


De Segundo Matilla, hay una excepcional vista de Cadaqués, de 1925. En primer plano, las barcas y el mar en una combinación muy atrevida en tonos azules y violetas; y al fondo,  las casas de este pueblo encantado, que envueltas y desdibujadas en una neblina vaporosa  recuerda a unos palacios venecianos. Una pintura elegantísima y de gran calidad.

Segundo Matilla: Cadaqués


En la siguiente sala nos encontramos con  un Cap de dona de Nonell de 1910. Desde 1907, Nonell había dejado de concentrarse en las gitanas y había incorporado un nuevo tipo de mujer, de piel blanca, en actitud más reposada y natural. Ya no se esconden bajo los mantones ni bajan la cabeza. Aunque tampoco miran directamente al espectador; están de perfil o de tres cuartos,  pero  no sonríen, como si estuvieran enfrascadas en su mundo interior. En ocasiones, la paleta del pintor se hace más variada y colorista. Esta cabeza de mujer se puede relacionar con otra pintura, Blanca, de 1909, ya que tanto la pose como los rasgos de ambas modelos son muy parecidos, aunque en Blanca, la mujer lleva encima del traje oscuro lo que parece un chal en unos expresivos tonos amarillos.
 Cap de dona es un cuadro que transpira una cierta melancolía, por los tonos oscuros y el semblante serio de la modelo, pero hay que contemplarlo de cerca para comprobar cómo  las pinceladas  de Nonell, tan especiales y  vibrantes, atraen  la luz al rostro de esta mujer anónima  y modelan su cabello peinado en un moño.                                                                
                                                         

Blanca, 1909

                                                                           


                       Cap de dona, 1910

                                                                            
La pincelada nerviosa y vibrátil, postimpresionista, relaciona a Nonell con Van Gogh, y con el  Picasso de la época azul, por su insistencia en retratar tipos marginales, como gitanas, prostitutas o mujeres sumidas en la pobreza. Las gitanas, que eran bien recibidas en el mercado artístico en su aspecto más amable y folklórico, como manolas, suscitaron la crítica del público cuando Nonell abandonaba lo anecdótico y presentaba  mujeres de piel cetrina, arrebujadas en sus mantones.

Joan Cortés i Vidal, en un magnífico artículo sobre la Sala Parés, Historia de una sala de exposiciones. La Sala Parés, que apareció publicado en la revista Destino en 1952, explica con mucha gracia como esta galería, además de ámbito de exposición,  “…era un lugar de tertulia donde se reunían los artistas Nonell, Mir, Utrillo, Canals,  Modesto Urgell,  Brull, Tamburini, Galwey y otros." Joan Cortés explica que "Nonell se enzarzaba con Brull y con Urgell  en violentísimas discusiones interminables, al pie del escritorio desde donde el señor Parés presenciaba impasible, luchas y zapatiestas, imperturbable, con su gorrita japonesa bien colocada sobre su cabeza y su opaca mirada tras los cristales ovalados de sus lentes de pinza, su bigote de puntas hacia arriba y su perilla, sin tomar nunca partido ni intervenir en la disputa más que cuando peligraba la integridad de  alguno de los enseres de la sala….Y se iban sucediendo las exposiciones de las viejas glorias, como la Sociedad Artística y Literaria, fundada por Urgell, Galwey y Graner, refugio de lo más anodino de nuestro arte contemporáneo y que gobernaba Urgell como feudo propio. ¿Cómo pudo convencer nuestro Nonell al glacial señor Parés para realizar una exposición de obras suyas en el baluarte de nuestra tradición? Fuese como fuese, se celebró la exposición entre las críticas de la prensa y el escándalo del público. No se vendió nada en absoluto, el éxito fue nulo y el señor Parés , cuando recordaba esta aventura, añadía compungido: “És el disbarat més gran que he fet a la meva vida.”

Si el señor Parés estuviera aún entre nosotros, seguro que abandonaría su impertubable actitud  y obriria uns ulls com unes taronges al enterarse de que este Cap de dona está valorado en 240.000 euros. Y además está reservado, es decir que algún amante del arte se está planteando la posibilidad de pagar esta cifra por un cuadro de un pintor hasta hace poco maldito. Nonell, en la actualidad, es un valor en alza, y considerado por los críticos como el pintor postimpresionista más importante del arte catalán y español.

 Nonell fue un nombre ajeno al gran público hasta los años setenta. Era un artista totalmente desconocido, al igual que otros tantos artistas de su generación, para el gran público y para mí, estudiante de Historia del Arte que vino desde la provinciana ciudad de Santa Cruz de Tenerife a la gran metrópolis de Barcelona, aureolada por ser, como se decía entonces, la ciudad más europea de España;  hasta que un día, Ricard Salvat, profesor que impartía la asignatura de Historia de las ideas estéticas, apareció  sumamente enfadado porque “en Francia estaban promocionando a un pintamonas como Bernard Buffet y aquí nadie me reconoce el valor de un Nonell”. Salvat era un hombre de naturaleza apasionada sobre todo en cuanto a cultura se refería. Aquella declaración expresada con tantísima  indignación se me quedó grabada. ¿Quién era Bernard Buffet y quién era ese tal Nonell, tan importante y que yo, ¡ay de mí! como tantas otras cosas, desconocía?
El tiempo le ha dado la razón a mi profesor y si no, sólo hay más que mirar la cotización de Nonell, cada vez más valorado como maestro indiscutible y valiente que siguió un camino propio,  contrario a lo acomodaticio de la pintura decorativa que compraba la burguesía de entonces y de muchos años después. La frase célebre de Nonell, “Jo pinto y prou”,  la escuché varias veces de labios de mis profesores  con admiración, como manifiesto personal  y tan válido como aquello que decía Leonardo, “L’arte é cosa mentale”.

Junto a este Nonell, se encuentra una obra de dimensiones importantes, 146x149 cm, un cuadro de juventud de Ricard Canals, de 1896, cuando formó con Nonell, Ramón Pichot, Adrià Gual y Valmitjana,  La Colla del Safrà, así llamada por sus agresivos colores ocres, azafrán, naranjas y amarillos. Estos artistas  buscaban inspiración en el extrarradio de la ciudad, donde las barracas y los chamizos daban a  patios que habitan madres que amamantan a sus bebés, y niños que juegan con lo que poco que tienen, en un ambiente de pobreza. Canals consigue en La cria, un cuadro absolutamente deslumbrante donde se combinan los azules, los naranjas y amarillos que hacen olvidar los zapatos gastados, la ropa raída o la mirada bizca de la niña que ocupa el centro de la composición y que lleva una naranja en la mano. En esta fruta, como si  de un pequeño astro solar se tratara, convergen toda la luz y la energía que parece generar el patio.
                                                                              Ricard Canals: La cria, 1896


Nonell pintó una composición muy parecida, por desgracia hoy desaparecida, Pati assolellat, en el mismo año. Este cuadro formó parte de la colección del MNAC hasta 1936 y después de de esta fecha se pierde su pista.

                                                                                      Nonell: Pati assolejat


En la sala siguiente, hay un paisaje de Joaquim Mir. Este artista que pasó del fauve más agresivo a una abstracción propia, muestra en esta vista de Miravet, los tejados de las casas del pueblo que se apiñan en primer plano, en una composición de volúmenes en  tonos violetas y marrones, aligerados por una prodigiosa mancha azul justo en medio de la composición. Como Miró, que decía que “una mancha de pintura me emociona”, eso siento yo al ver este trocito de azul, por no hablar del contraste de entre  la zona más oscura del pueblo, esas casuchas austeras  y  ese segundo plano con la vista del río Ebro en la lejanía, realizada en unos alegres tonos rosas, naranja, amarillo y el azul claro del agua. Por encima, un cielo nublado amablemente por unas nubes  caprichosas y rosadas como diosas mitológicas que se dejan llevar perezosamente por el viento. En esta obra, aún estamos lejos de aquellos paisajes atrevidos y arrauxats en los que Mir se abandona  totalmente a la fuerza del color para llegar a un estilo agresivo y muy personal, casi abstracto.  Pero de esta vista de Miravet  podría decirse que es una mezcla muy valiente de apunte cubista y de fauvisme. Excepcional.
                                                                      Joaquín Mir: vista de Miravet

 Para no hacer interminable esta reseña, aconsejo a los visitantes que se fijen en una obra de Ramón Casas, de 1893, una joven de perfil  de rasgos finos sobre un fondo en unos tonos de verde delicadísimos.



                                                                               Ramón Casas: Cap de dona, 1893




Y sobre todo que no se pierdan los cuadros de Ramón Pichot; quizás el mejor de los tres cuadros expuestos sea  Poble pescador, donde la línea modernista que reseguía las figuras se aúna con un valiente tratamiento del color. En Poble pescador hay un protagonista absoluto que es un cántaro verde que acarrea una mujer de blusa roja.


                                                                      Ramón Pichot: Poble pescador, 1902

Y un cursi y delicioso cuadro de gabinete de Francesc Miralles, donde una damisela de aspecto chic, a la última moda de París, con sombrero, sombrilla y ramito de flores, posa  de manera elegantemente afectada ante una escalinata que lleva a un jardín. Pero todo forma parte de la historia del arte y de la historia del gusto.


Frances Miralles. Dama al parc, 1894



Y el delicado retrato femenino  de Laureà Barrau, y el de Joan Bauçà, y los cuadros del hijo de Urgell, Ricard Urgell, una manola y una mujer desplomada no sabemos si por el sueño o por la pena sobre una mesa camilla  y un extraño pero bello cuadro mitológico-simbolista de Les Tres Gràcies de Marià Pidelaserra y los retratos de Manolo Hugué: ese conmovedor Retrato de Tití, hija de Josep Togores y el relieve La danza de Salomé, extraño y absurdo, pero lleno de fuerza: una Salomé desnuda que parece que baila flamenco, de piernas musculosas, igual que las del esclavo que se arrodilla ante ella con la cabeza del Bautista sobre una bandeja. Una obra imperfecta y a la vez vigorosa, que alegra la vista y da mucho que pensar. A veces, la perfección no es aconsejable.
En palabras de Anatole France, "Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría."



                                                             Manolo Hugué: retrato de Tití, hija de Josep Togores




                                                                        Manolo Hugué: Danza de Salomé



martes

INSTALACIÓN SONORA EN LA CAPELLA DELS ÀNGELS

Natascha Sadr Haghighian
De paso. Capella dels Àngels
8 de julio-12 de diciembre 2011

Después de una mañana haciendo recados por el Gòtic y el Raval, entro en la Capella dels Àngels a descansar un rato. Sé, porque la he visitado antes, que ahora se expone una instalación sonora y hay unos bancos muy amplios en medio de la nave donde poder sentarse.
También vengo con algo de malicia, a ver cómo reaccionan los visitantes ante esta propuesta artística. De momento, me doy cuenta de que he elegido una hora algo insípida, sólo son las tres de la tarde, y es el rato en que  la gente come, descansa y se echa la siesta.

Estoy sola con el vigilante, que resulta ser joven y mujer. Se pasea arriba y abajo, o, si no hay nadie con aspecto sospechoso, se sienta detrás de la puerta, en una silla.
Aprovecho estos minutos de soledad para dejarme llevar por el ruido que hace una maleta con ruedas de esas que se pueden llevar en cabina porque son pequeñas, al rodar y aplastar con el asa extendida, una botella de plástico vacía de agua mineral. El ruido es transformado y magnificado mediante un equipo de sonido y unos altavoces. Intento poner una imagen al sonido: unos palitos que chocan entre sí, golpecitos secos, tajantes, a veces, incluso algo que puede recordar a un breve redoble de tambor.
La maleta está situada en una capilla lateral, cercana al altar y muy pocos de los que entran se molestan en descubrir de donde proceden estos sonidos.


A pesar de la hora tonta, los visitantes van entrando, en su mayoría turistas extranjeros, pero también gente de aquí. Ven la puerta de la Capella abierta e invitadora y se sienten irresistiblemente atraídos por esta iglesia de líneas renacentistas, tan sobria y elegante.

Entra un joven de pelo largo y vaqueros rotos. Se sienta a leer la hoja de sala y a escuchar. Entra una pareja de extranjeros. Ella se queda plantada en medio de la iglesia, contemplando las arcadas góticas que la luz que entra por los ventanales perfila en toda su perfección. Se marcha aburrida al cabo de pocos minutos, mientras que él, se queda mirando la maleta que se mueve, gracias a una batería que lleva dentro, adelante y atrás, sobre la botella aplastada. Se queda inmóvil, expectante, esperando a ver qué pasa. También se marcha, desaparece.
Quizás lo que ocurre es demasiado poco o demasiado incomprensible.


La instalación continúa en el espacio adyacente, el lugar que alberga una bellísima arcada renacentista. Allí, se puede contemplar una fuente formada por una pila de catálogos de Ikea y un panel con unas fotos y un texto de Orwell. Esta zona está casi a oscuras así que sólo unos pocos se aventuran a entrar y los que lo hacen salen con cara de perplejidad. Y eso que, por una vez, la hoja de sala explica en un lenguaje comprensible esta obra, cuyo título es De paso, de la artista, Natascha Sadr Haghighian.
 la fuente

De esta artista de origen iraní, pero que trabaja principalmente en Berlín, El MOMA adquirió recientemente una instalación, Empire of the Senseless. Part II. He investigado un poco en Internet y lo poco que he sacado en limpio es interesante. Tiene un currículum falso en una web llamada www.bioswop.net. Es un espacio donde gente de muy diversa procedencia aporta su currículum y puede a su vez apropiarse de los datos biográficos de otras personas. De esta forma, se busca devaluar en el mercado de trabajo, la concepción del CV y elementos como el origen y los méritos acumulados.
Esta idea que nace de la teoría de Foucault de la muerte del autor, tiene especial relevancia en el medio artístico, donde la idea de la autoría, el artista, su firma, la imagen que proyecta en los mass-media es fundamental para que su obra adquiera un valor extra en el mercado del arte.
No puedo resistirme a mostraros el falso apunte biográfico de Natascha Sadr Haghighian tal como aparece en la Wikipedia, según bioswop.net, atentos que es muy provocador:
Haghigian nació en Sachsenheim, Alemania Oeste en 1968 y vive y trabaja en Gran Bretaña. En 1985, él emigró a los Estados Unidos para montar un rancho en Ellens Valley. Allí se enamoró de una Drag Queen con la que comparte su vida actualmente. Ha trabajado desde el 2002 como artista freelance en Cotswolds, Gran Bretaña. A través de su amante descubrió y, a su debido tiempo, conquistó el escenario como Prince Greenhorn. Se ha convertido en un personaje famoso sobre el que se escribe y se le ha retratado a menudo tanto en soporte fotográfico, como al óleo, entre otras cosas.
En fin, toda una declaración de intenciones.

Y volviendo a la obra que nos ocupa,  la artista la explica de la siguiente manera:
“En esta instalación, uno se encuentra con dos objetos muy familiares: una maleta con ruedas y una botella de agua de plástico vacía. Alguien ha abandonado estos dos objetos y los ha sacado de su entorno. Entre ambos ha ocurrido un accidente, una colisión, ya que el asa de la maleta aplasta la botella vacía una y otra vez, delante y atrás, creando un sonido, como una conversación entre ambos elementos.  La instalación nos permite reencontrarnos con estos objetos muy familiares pero en un entorno diferente, lo cual crea una sensación de extrañeza y nos obliga a reflexionar sobre ellos de otra manera. El ruido de la colisión ha sido amplificado y distribuido por la Capella, que como la mayoría de las iglesias, está diseñada para amplificar y realzar el sonido.”
La obra de Haghighian explora desde un punto de vista sociológico un espacio urbano construido por el flujo de turistas y no turistas que se desplazan constantemente de un lugar a otro. La maleta con ruedas de pequeño tamaño para llevar en cabina y la botella de agua es el kit indispensable del viajero actual. Desde que los Juegos Olímpicos del 92 canonizaron Barcelona como ciudad turística, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos para todo tipo de viajeros, desde el clásico turista que viene por el Barça, el Museu Picasso, las tapas  y la arquitectura de Gaudí, hasta los artistas y creativos de otros países que se han instalado en busca de oportunidades.
“La obra de Haghighian, de una manera sutil, plantea estas cuestiones sin recurrir a la representación. Tiene sentido huir de la representación, obligarnos a pensar en estas cuestiones sin recurrir a la imagen  o a un par de frases que nos faciliten la comprensión del mensaje. Este pequeño escenario hostil nos incita a pensar en otros escenarios sobre los que no tenemos ningún control.” Esto es uno de los comentarios de la web del MACBA que explica esta instalación sonora.

¿Pero qué significado tiene el resto de la instalación que se encuentra en el espacio que alberga la arcada renacentista?
Otra vez, según la página del MACBA, la artista ha incluido una fotografía en la que se ve un hombre aprovisionándose de agua de una fuente de la ciudad de Barcelona. El momento histórico corresponde a la Guerra Civil, cuando la Societat General d’Aigües de Barcelona propició la canalización del agua potable a los barrios más pobres de Barcelona de manera gratuita. El fragmento que acompaña la foto y que la explica es de George Orwell, en Homenaje a Cataluña.”

“Y junto a esta imagen, un objeto. Una fuente realizada con una columna de catálogos de Ikea. El ideario de esta compañía pretendía producir objetos básicos para el hogar al alcance de todos los bolsillos y que además se adecuaran a unos criterios estéticos además de funcionales. Como el agua, el diseño tenía que fluir en una sociedad democrática en la que los objetos fueran los mismos para todo el mundo, acortando las diferencias entre clases sociales. Un modelo de racionalización de los objetos de primera necesidad de la misma manera que el hecho de embotellar agua hace innecesaria la existencia de fuentes públicas.”
¿Será por eso que de esta particular fuente no mana el agua?

Lo que es indudable es que las instalaciones sonoras están en alza. El Turner Prize de 2010 lo ganó Susan Philipsz con una instalación sonora, Lowlands, que recogía una antigua melodía escocesa sobre el fantasma de un marinero ahogado.
                                                           
                                                                     Lowlands
Y precisamente hoy se inagura en el MACBA una exposición, Volum! que hace hincapié en un cambio de paradigma sensorial que marca el paso del siglo XX al siglo XXI. La entronización de la pintura y del sentido de la vista, deja paso a obras de género híbrido, como las instalaciones sonoras, que incorporan el sentido del oído. Según la información de la página web del MACBA, "Este cambio ha producido cambios profundos en el comportamiento del espectador y en su manera de percibir la obra de arte: de lo visual pasamos a una historia del arte polisensorial."



Volviendo a De paso, creo que Natscha Sadr Haghighian ha abordado un tema muy interesante, el del espacio común de las ciudades turísticas, convertidas en parques temáticos, en no-lugares; pero la realización es demasiado literal. El arte puede y es un medio para expresar las razones y verdades del mundo, pero no puede carecer de poesía. Algo del lirismo que desborda Lowlands, es un aspecto que se echa de menos en La Capella.
Por otro lado, los otros elementos de la instalación, la fuente, las fotos y el texto de Orwell, son innecesarios, perfectamente prescindibles, pués el conepto de De paso funciona perfectamente sin ellos.

El chico del pelo largo ya se ha ido y aprovecho la falta de visitantes para hablar con la vigilante. ¿Cómo se siente después de pasar el día escuchando los ruidos de los palitos que se entrechocan? Me confiesa que le da dolor de cabeza. Me explica también que algunos le preguntan si esto es arte y también me cuenta los detalles domésticos, como por ejemplo, que la botella hay que cambiarla cada dos días, porque si está demasiado chafada, la maleta no se mueve. E incluso que, en ocasiones, tiene que ir ella misma y darle un golpecito a la maleta porque se ha quedado atascada y el micrófono no registra ningún sonido.
Parece que el personal que protege y vigila las obras de arte tiene más protagonismo del que nos imaginamos. La exposición que hay ahora en el Espai 13 de la Fundació Miró de la artista Mireia C. Saladrigues, tiene como protagonista a una celadora que ha plasmado su larga experiencia profesional en un librito sumamente interesante, Mi museo.
Mireia C. Saladrigues: The end is where we start from
Y ahora no tengo más remedio que sacar a relucir, el escándalo que se ha montado a raíz de que una empleada del equipo de limpieza del Museo Ostwald de Dortmund, hiciera una limpieza a fondo de una obra de Martin Kippenberger. Incluyo el enlace a un artículo lleno de ironía de Pilar Rahola sobre el tema.

Martin Kippenberger: Cuando empieza a gotear desde el techo