sábado

UN ALTRE, ENCARA?

Sí noies; això s'està allargant massa.

Però amb un cert desig de final (que no té perquè complir-se) us mostro un nou article d'en Viladecans. La Mariajosé va iniciar el tema de les pissarres tot citant-ne un que va publicar a La Vanguàrdia. Ara, l'autor repeteix i publica aquest altre a Cultura/s.

Com que no es pot entrar a Cultura/s on line sense subcripció al diari, l'he transcrit. No sé si valia la pena, però la part final és interessant.


LA PIZARRA Y EL ARTE

JOAN-PERE VILADECANS

¿No es un cuadro algo parecido a una pizarra de sentimientos? Magritte pintó una pizarra con una pipa y escribió “Esto no es una pipa”. Intelectualizó el encerado, lo llenó de ironía y legó un cuadro histórico. Todos hemos aprendido en una pizarra. Einstein se fotografió ante la suya y convirtió la foto fija en una imagen de los tiempos modernos. Hasta hace muy poco la pizarra era un objeto de comunicación testimonial, añejo. Pero la pizarra ha vuelto. Omnipresente en la ciudad, invasiva; ineludible. En una especie de venganza conceptual invade paseos, bulevares y avenidas. Como algo antiguo que no se resigna al olvido en la época de las nuevas tecnologías y la reproducción digital. Pero su presencia es estrictamente funcional. “Menú 18 euros, domingo 23 euros”, “Paella y sangría”.

Dejando a un lado consideraciones sociológicas y económicas que, sin duda están en el origen de su retorno, la pizarra tiene un gran atractivo estético. Es más, puede que, de una manera subliminal, constituya una desacomplejada aportación al arte contemporáneo. Estos trazos en los encerados callejeros, en las puertas de los bares y restaurantes, con una caligrafía inglesa, con mayúsculas de palo seco, letras floreadas de arabescos, algunas recordando la vieja redondilla, la grafía gótica del debe y el haber, otras chatas, de patas anchas, o bien estilizadas… Blanco sobre negro. O sobre oscuro. O verde pregón. Pintadas con blanco de España, nevín y tiza. El yeso escolar, la tiza profesoral de institutos y universidades. Del arte más conceptual de Beyus. El acto de escribir en una pizarra es perecedero y fugaz, y exento de la más mínima voluntad artística. Se pinta en una pizarra para anunciar una oferta. Es un reclamo primario. Y cuando se acaban las existencias actúa el borrador dejando poéticos rastros; intrigantes nubes de tiza. “Intenciones realizadas” dijo Juan Gris de sus cuadros. Pues eso. Esta no voluntad de crear arte y mucho menos de trascender hace de las pizarras callejeras una posible fuente de inspiración para el artista, como podría serlo un paisaje, una figura o un estado de ánimo.

El artista contemporáneo y en especial todos aquellos que basan su obra, o parte de ella, en la gestualidad, acaban en un manierismo que, aunque sea propio, deviene estéril. Siempre el mismo trazo, una parecida perfección, una notable insistencia lógica. La fidelidad al propio estilo, a la propia caligrafía y al código gestual, pueden conducir a la repetición y a la nada. Por muy salvaje que sea una obra, siempre subyace en el inconsciente del autor una cierta voluntad de control. En el fondo es la convicción que se está creando un producto artístico. Algo que será mirado durante mucho tiempo. Quizá por la Historia, el coleccionista, el crítico o el espectador. Una creación artística puede ser espontánea, pero nunca del todo. La exigencia del entorno, la autocrítica y el rigor para con la propia obra, hacen que el autor piense mucho más en el resultado que en el instante, e incluso que en el azar. Las pizarras son todo lo contrario, son una pulsión, una economía de medios… Toda una poética de lo efímero. Quizás por eso son tan atractivas estéticamente.

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